La gente “de gatos” somos excepcionales. Lo creo firmemente, aunque quizás no pueda explicarlo del todo. Quizás sea el temple y entrega que se requiere para tratar con ellos, o el desapego e independencia que inevitablemente requerimos para ser alguien que disfruta de la compañía de un felino. Por lo general, somos personas que no buscan la gratificación instantánea, que están dispuestas a cultivar un cariño con paciencia y cuidado. Lo cierto es que amar a los gatos, es un aspecto definitorio en la personalidad de alguien.
De la historia que les conté ayer, por ejemplo, se pueden deducir muchas cosas sobre la clase de persona que soy yo. Se pueden imaginar que, de toparme con el sufrimiento ajeno en mi camino, no es algo que pasaría desapercibido para mí. Sin importar si se tratase de una persona o un animal.
Pero también es necesario aclarar que siento un profundo desprecio por las personas que se regocijarían o incluso causarían dicho sufrimiento. Y sí, también sentiría desagrado si me topase con personas que ignorasen esa clase de situaciones, siguiendo de largo con sus vidas apáticas. Incluso podría concluir que para mí es más importante la vida de un pequeño animal, que la de esta clase de personas.
Si estas declaraciones les parecen un tanto soberbias, vamos por buen camino para entender lo que representa para mí el nombre de Makoto.