Recordarás que en 2015, antes de que una vez más a este blog se lo llevara el olvido (o más bien la cotidianidad), hablaba sobre el viaje que hice para despedirme de mi hermano. Sin embargo, como empezaba explicar, el viaje sirvió también para despedirme de ti, papá.
Pasé la mayor parte de mi infancia y pubertad sin verte, pero en 1999, a los 12 años, me surgió aquella inquietud que tanto se ha explotado en hollywood: quise conocer a mi padre. En realidad, si hemos de ser completamente honestos, aunque si me interesaba conocer mi origen, no siento haber necesitado una figura paterna como tal. Lo que realmente despertó mi curiosidad fue la necesidad de buscar una alternativa a la situación familiar que se vivía con mi madre en aquella época. Fue la necesidad de escapar de ahí, ya que el barco se iba a pique. Quizás admitir eso me haga parecer una persona calculadora (aún a esa edad), pero nunca lo he escondido. Mi salida de San Luis Potosí se dio casi inmediatamente, un año después.
Pero en ese primer encuentro (o reencuentro) contigo en 1999, puedo imaginar lo que sentiste, y el significado de ese viaje. Se que llegaste en autobús al pueblucho al que alguna vez tuviste oportunidad de migrar por una oportunidad de trabajo, cuando yo era aún un bebé. A ese pueblucho al que por azares del destino, mi abuelo (tu padre) llegó, se estableció y formó otra familia, también por aquella mítica época de los 80’s. Ese pueblucho que gradualmente se convertía en ciudad, y al que varios años después me arrastrarían a mi hermano y a mi, escapando de los problemas legales de mi madre y su segundo marido.
Sé que compraste una cámara barata, de esas casi desechables pero que sacaba “panorámicas”, y que te la pasaste sacando fotos a todo lo que te llamó la atención. Y sé que visitaste a mi abuelo en ese pueblucho, antes de irme a ver a mi. Quizás le pediste consejo, o simplemente le diste el gusto de visitarlo por primera vez en el pueblucho en el que había decidido establecerse. Se que estabas emocionado por volver a verme, pero que tal como sucedió repetidamente durante toda tu vida, esa emoción fue opacada por la frustración. Yo te busqué a ti, y no tú a mi. ¿La razón? No te sentías preparado, no creías poder aportar nada a mi vida. Eso lo entendería yo después de muchos años, y nunca sabré que tan consciente eran esas razones para ti mismo en aquel momento. Supongo que lo eran bastante, ya que de las primera películas que veríamos juntos, bajo tu recomendación (o confesión), sería Paris Texas.
La realidad es que el viaje, y nuestro encuentro, no fue como lo pintan en las películas. Fue un trago semi-amargo con tintes de esperanza por un futuro mejor. Fue como el acercamiento de dos animales callejeros que alguna vez pertenecieron a la misma familia. Nos acercábamos a pasos calculados y cautelosos, con mi inmadurez saliendo a la luz en más de una ocasión, atacándote involuntariamente. Pero tuviste el temple necesario y aguantaste las heridas, con tal de generar un vínculo con ese ser que tanto anhelabas poder amar.
Pero regresemos al ritual que me inspiraste a crear: traté de sacar fotos de los mismos lugares que tu fotografiaste en aquel viaje. Y en realidad no lo hice por ninguna razón en particular. Quizás solamente lo hice para confirmar que todo eso sucedió realmente en esta vida. Muchas veces, los acontecimientos de todas esas etapas en las que tenía otra familia y otros seres cercanos a mi, parecen haber sucedido en otras “vidas”, o simplemente no haber sucedido, de tan lejanos y etéreos que se sienten. Y se sienten así por la ausencia de todos ustedes, los que se han ido, y porque ya no hay nadie con quien pueda compartir esos recuerdos, nadie cercano a mi que los haya presenciado. Por eso, cuando cuento todo esto a Monserrat, a veces me siento como si estuviera inventando un cuento que no tiene pruebas que lo sustenten.
Y de ese ritual, ya mostré la primera foto que no fue del todo un éxito, ya que en esta ocasión y por primera vez, no viajamos en autobús:
Y para mostrar la siguiente tanda de fotos, seguiremos con los lugares en el orden en que tu los fotografiaste:
Cuando viajaste, vivíamos en la “2da. Privada de Carranza”, en un departamento que al principio me parecía frío y triste, pero que al poco tiempo le fui agarrando cariño. Recuerdo lo bien que me hacía sentir el ser uno de los pocos niños en la primaria que llegaba por si mismo a la escuela, y que también se iba solo a su casa. Solamente tenía que caminar unos 15 minutos sobre Av. Carranza, desde el departamento en la “privada” hasta el Instituto Potosino.
Ese departamento al que llegamos e inmediatamente hubo que fumigar debido a la infestación de cucarachas, terminó siendo un lugar que trae muchos gratos recuerdos para mí. Recuerdo que Teté estuvo ahí desde el principio, y que pasó la noche en vela, cuidando que no se me subieran las cucas. Recuerdo que eventualmente tuvimos una litera, y que aunque Stefano tenía su propio cuarto no dejaba de molestarme en el mío. Recuerdo cuando mis amigos Alejandro y Efraín se quedaban a dormir; y recuerdo todos los videojuegos que ahí jugué, muchos de ellos siguen siendo mis favoritos de todos los tiempos: Link’s Awakening, Pokémon Blue, Mario Kart 64, Ocarina of Time…
Y en aquel día de 1999, el nerviosismo me invadía porque sabía que llegarías. Pero también porque la noche anterior, justamente había invitado a Alejandro a quedarse a dormir para jugar entre los dos el legendario “Ocarina”. Me daba mucha pena tener que dejarlo solo con mi madre porque aún no pasaban a recogerlo cuando la hora de tu llegada se aproximaba. Y recuerdo exactamente el templo que estábamos tratando de resolver justo en el momento en que tocaste el timbre, así como la música. Ahhh, la música… mis recuerdos siempre estarán inevitablemente ligados a la música de video juegos.
https://www.youtube.com/watch?v=hmsZyC0UXUU
Salí del departamento y baje las escaleras que daban al estacionamiento cerrado, aún con la música en mi cabeza y con la pena de dejar atrás mi compañero de juegos.
Fue una pena ver que la avenida ha perdido mucho de su esplendor, quizás debido al viento que al parecer tiró la mayoría de las palmeras y árboles altos, pero también debido a la gran cantidad de casas en ruinas o que han sido remplazadas por mini-centros comerciales. Justo a la salida de la “privada” había una casa muy grande y bien conservada con un gran jardín, también siempre verde y bien cuidado. Ahora, me encontré con una estúpida agencia automotriz.
Este fue uno de los lugares donde esparcí un poco de las cenizas de Stefano. Con él pasé algunos de los mejores momentos en este departamento. Y aquí fue donde tú prácticamente me conociste por primera vez. El departamento de la 2da. Privada de Carranza siempre será importante en mis recuerdos.
Seguiré con los demás lugares en otro post.