La gente “de gatos” somos excepcionales. Lo creo firmemente, aunque quizás no pueda explicarlo del todo. Quizás sea el temple y entrega que se requiere para tratar con ellos, o el desapego e independencia que inevitablemente requerimos para ser alguien que disfruta de la compañía de un felino. Por lo general, somos personas que no buscan la gratificación instantánea, que están dispuestas a cultivar un cariño con paciencia y cuidado. Lo cierto es que amar a los gatos, es un aspecto definitorio en la personalidad de alguien.
De la historia que les conté ayer, por ejemplo, se pueden deducir muchas cosas sobre la clase de persona que soy yo. Se pueden imaginar que, de toparme con el sufrimiento ajeno en mi camino, no es algo que pasaría desapercibido para mí. Sin importar si se tratase de una persona o un animal.
Pero también es necesario aclarar que siento un profundo desprecio por las personas que se regocijarían o incluso causarían dicho sufrimiento. Y sí, también sentiría desagrado si me topase con personas que ignorasen esa clase de situaciones, siguiendo de largo con sus vidas apáticas. Incluso podría concluir que para mí es más importante la vida de un pequeño animal, que la de esta clase de personas.
Si estas declaraciones les parecen un tanto soberbias, vamos por buen camino para entender lo que representa para mí el nombre de Makoto.
Makoto es un nombre japonés que comparten muchos personajes de la cultura popular, y significa principalmente “honestidad”. Pero, específicamente, quiero hablarles de como Makoto Kubota -personaje del manga Wild Adapter- ha influido en mi vida y en la relación con mi esposa.
Makoto es un tipo contradictorio, lleno de dualidades. Se trata de alguien que puede mezclarse sin problemas con la multitud, pero que, de prestarle la suficiente atención, sobresale como ningún otro. Desapegado y apasionado; despiadado y gentil; humilde y soberbio. En palabras de la mangaka, Kazuya Minekura: “cuando el orden y el caos se mezclan, el resultado es… la nada”.
Esa búsqueda de una neutralidad es algo que rige de manera consciente mi filosofía personal desde hace aproximadamente 10 años. Vino después de mis años preparatorianos llenos de amargura y rencor, cocinados a fuego lento por el deseo obstinado de una superioridad moral que nunca existió en realidad. La búsqueda me llevó por algunos pasajes bastante truculentos, cometí muchos errores. Me costó mucho trabajo desechar la apatía y frustración en favor de una verdadera ecuanimidad. Hoy día, la misión no está aún cumplida, y quizás nunca lo esté. Es un camino constante que escojo transitar, no un fin. Siempre hay espacio para mejorar y volverse más congruente con esa visión.
Sin embargo, estoy muy agradecido por encontrarme hoy aquí. Y eso, en gran parte, se lo debo a haberme topado -de nuevo- con la persona que ahora es mi esposa, quien me enseñó Wild Adapter entre muchas otras cosas, y quien tan acertadamente ha escogido portar el seudónimo de Makoto. La conozco desde hace 15 años y vivo con ella desde hace 5, pero entre esos dos eventos pasamos mucho tiempo como completos extraños. Años que nos sirvieron para crecer y adquirir mayor determinación. Pero a pesar de lo verdes que estábamos cuando nos conocimos, para mí siempre hubo algo de Makoto Kubota en mí Makoto.
Siempre hubo personajes o características que me recordaban su manera de ser. A pesar de no haber sabido nada de ella en años, eran un constante recordatorio de aquella chica interesante de la prepa. Yo sabía perfectamente, que la severidad de su semblante y su personalidad reservada eran un síntoma de alguien que es extremadamente duro consigo mismo. Y por momentos, tuve la fortuna de alcanzar a ver un atisbo de la personalidad más relajada que sólo mostraba ante las personas de su confianza.
Pero adelantemos el tiempo al año 2011, cuando nos volvimos a ver. Inmediatamente tuvimos demasiado en común, mucho más que antes. Ambos estábamos un tanto abatidos, tras librar numerosas batallas de constantes decepciones. Pérdida, soledad, pero también determinación. Siento que ambos ya habíamos tocado un fondo al cual no estábamos dispuestos a regresar. Nuestro camino era ahora más claro que antes.
Durante mi cumpleaños de ese año, le conté a ella la historia de Sei, y ella me dijo que yo le recordaba a Makoto Kubota, ya que entre otras cosas, él también se había detenido a enterrar un gato callejero. Me recomendó mucho el manga de Wild Adapter y yo no tardé en leer el primer volumen. Entendí inmediatamente el porque de la comparación.
Makoto y yo supimos que nuestros anhelos eran similares, y que mucho de nuestras respectivas personalidades estaba bien representado por el personaje de Makoto. Un personaje, un nombre ó seudónimo, una simple palabra extranjera cargada de significados para dos personas que tuvieron la suerte de volverse a encontrar en un mundo lleno de ruido inteligible. Y tal como el concepto de “Kotodama” que ella me enseñó, tomado también de Wild Adapter, el poder que nosotros dimos a esta palabra logró reconectarnos, y nos ayudó a hablar el mismo lenguaje.
¡Ya lo demás es otra historia, amigos!. Pero vale la pena aclarar que la intención de esta y la entrada anterior es doble: 1) extraer mis emociones personales derivadas de Wild Adapter, para posteriormente analizar la obra en cuestión; 2) presentarles una nueva modalidad sorpresa de este, su humilde blog de disparates y gatos.
Así que antes de hablarles más acerca de W.A., estén atentos a la sorpresa en los próximos días…